El tiempo libre y el ocio están hoy asociados a la calidad de vida y se relacionan fuertemente con ella y con la salud. Es una necesidad humana, que junto con las mejoras de las condiciones laborales del último siglo, dio pie al turismo, al cine, al teatro y otras actividades que se han convertido en un nicho de negocio.
A partir de la mitad del siglo XX, el tiempo libre se ha tenido como un indicador de la situación social y del bienestar y, al igual que nuestra sociedad, el ocio también ha ido evolucionando. Hemos pasado del ocio asociado al enriquecimiento humano al ocio de mercado y consumo. En la sociedad postindustrial el tiempo libre, fuera del ámbito laboral, se realiza en muchos casos en el entorno urbano, masificado y consumista. Tanto en el hogar como fuera es posible que nos estemos convirtiendo en meros actores pasivos y receptores de “sugerencias”: aceptamos el ocio como tiempo para el consumo, en algunos casos hasta defendemos insistentemente que el tiempo de ocio es “ir de compras”, y es el centro comercial o la tecnología quien nos acoge. La consecuencia en que pasamos a ser más individuales, conversamos menos, paseamos menos, escuchamos menos música, jugamos menos con los niños/as.
Esta deriva del tiempo de ocio en el modelo consumista nos debería llevar a la necesidad de una reflexión política, económica y social asociada al modelo de desarrollo que deseamos y al modo de educar (lo hacemos con nuestros actos diariamente) que queremos.
Después de la II Guerra Mundial ha habido una contraposición trabajo-descanso y se ha asociado el progreso social al incremento del tiempo libre y en la calidad de vida. Pero se discute si hoy día esta correlación es real, en especial cuando el crecimiento económico no ha repercutido en el ocio remunerado y tampoco en el ocio de calidad. ¿Nos planteamos como tiempo de ocio un concierto relajado, al aire libre, fuera de la polución urbana?. El tiempo libre se ha convertido en un tiempo de consumo de masas. Trabajamos y compramos, sin conseguir salir del engranaje del mercado. Podemos caer en la tentación de pensar, y posiblemente acertar, que en muchos casos el tiempo libre es falso, que seguimos en el engranaje de la máquina de producir y vender.
Por ello, la pregunta evidente, en relación al modelo de la sociedad de consumo, es: ¿nos lleva a la felicidad o nos genera insatisfacción permanente por no tener todo aquello que nos ofrece el escaparate el fin de semana? Puede que esto tenga algo que ver con un artículo reciente en la prensa nacional titulado “Los americanos blancos se están muriendo” señala que la mortalidad de los blancos con baja formación de EEUU está aumentando. Se habla de “muertes por desesperanza” de los hombres que no ven un futuro mejor para ellos ni para sus familias. Pero esto no ocurre entre hispanos y afroamericanos con baja formación y mala situación económica ya que para ellos y sus familias, que vienen de lo peor, el futuro solo puede ser mejor. Sin pretender que seamos conformistas, sino reflexionar, el ocio asociado al consumo ¿nos impide ver todo aquello que tenemos y nos hace infelices?
El tiempo de ocio de calidad puede enriquecernos y hacernos valorar lo que de verdad vale la pena en la vida. Además no debemos olvidad que nuestro modelo de ocio, el que cada persona sigue, es educativo, se copia y se duplica por parte de nuestras hijas y nuestros hijos. Y eso repercutirá también en su felicidad, esperanzas y perspectivas de futuro.
Hay alternativas de ocio y se precisa reflexión y una conciencia crítica como “consumidores de tiempo libre”. Esto también redundará en nuestra salud, puesto que alimenta nuestra mente.